Jueves 18 de Abril de 2024

SALUD EMOCIONAL

14 de mayo de 2018

El sello de los inseguros: la superioridad

Por: Por:Redacciòn colegio"Facundo Quiroga"

El "sìndrome de sangre azul" es un mecanismo inconsciente, neurològico, en el cual tratan de compensarse los sentimientos de inferioridad de los individuos.

Estamos acostumbrados a ver a los miembros de la realeza pasearse por circuitos acordonados y tapizados en un rojo carmesí. Perfectos en todos  los detalles, y estirados y erguidos como maniquíes vivientes.

Son educados como verdaderos privilegiados y sus palacios guardan en habitaciones y pasillos esos rumores de cuentos de hadas que han fascinado por décadas la mente de sus súbditos.

¿Pero qué pasa cuando esas miradas altivas y esa vida producida traspasan las barreras de los diarios y noticieros, y empiezan a pulular en un ambiente totalmente ajeno a esa ‘burbuja real’, como el supermercado o el sitio de trabajo?

¿Por qué algunas personas se anclan en un aspecto de desdén, fingiendo una seguridad que claramente no es natural? Se pueden aducir muchos factores para dar con una explicación, pero sin entretenernos en la forma, sería interesante perforar hasta el fondo de esos comportamientos.

En el interior, en ese recinto que asociamos generalmente con la cabeza o con el pecho, es donde -se supone- retoza nuestro ‘yo’ verdadero; y es por esto que en ese lugar, ni el dinero, ni las joyas, ni el desdén como barrera, encuentran un punto de inflexión contundente, desvaneciéndose hasta lo que son en realidad: ¡puros espejismos!

Una ‘real’ vergüenza

Aunque parezca paradójico, la mayoría de personas con ínfulas de grandeza  comparten un rasgo muy peculiar: su autoestima necesitó construirse una barrera y lo que parece un alto muro de concreto, no es más que una muestra de las fisuras por donde se filtra su confianza.

Sentirse superior es una cuestión, que como sentirse inferior, está directamente ligado con la autoestima. Pero aunque todos escuchamos y pronunciamos a diario ese sustantivo, lo cierto es que se forma desde que estamos muy pequeños. Y se encuentra directamente asociado con el entorno propiciado en el hogar y en otros lugares comunes, como el colegio.

La formación de la autoestima es un proceso que inicia desde que somos niños, y sus engranajes se hallan a menudo aceitados por las pautas sociales enseñadas desde el mismo momento en que mostramos signos de entendimiento.

Pero así como las reglas establecidas abonan el terreno para nuestra presentación ante el mundo, lo positivo o negativo de esas experiencias tendrán mucho que ver con la imagen construida de nosotros mismos, con la tranquilidad y empatía que esta nos produzca, y con la aprobación del público general.

Algunas corrientes sicológicas definen la autoestima como la suma entre la autoconfianza y el autorrespeto,  y la relacionan con la contundencia de la salud mental y el bienestar sicológico.

Son muchos los jovencitos que ‘gracias’ a burlas recurrentes en los colegios donde estudian, y adultos en el lugar donde trabajan, se sienten minimizados y empiezan a crear una realidad que les permita ser menos vulnerables. De ahí que las manifestaciones de apoyo y de afecto hacia los hijos sean una de las armas más efectivas para robustecer la imagen que tienen de ellos mismos.

Por eso, y generalmente, padres muy autoritarios e inflexibles generan una tensión en sus hijos claramente manifestada en sentimientos de frustración, inseguridad y malestar. Lo mismo les pasa a personas juzgadas constantemente y sometidas a una exigencia de excelencia exacerbada, educadas en esa idea de que deben comportarse “a la altura” incansablemente, porque tienen dinero o son de una excelente familia. Esas condiciones someten al ser humano a vivir en escenarios donde la presión puede dar como resultado varias posibilidades.

Y si por alguna razón no encajamos o no cumplimos alguno de esos requisitos, sin el aliento fraternal de unos padres comprensivos, que se concentren en reforzar las virtudes más que en cuestionar los ‘errores’, la desazón experimentada puede resultar en un profundo rasgo en la personalidad, que más tarde desemboque en una baja autoestima y en un sentimiento de inferioridad o, por el contrario, de superioridad.

Así que cuando se encuentre cara a cara con alguien que le mire por encima del hombro, lo más seguro es que esa persona, de entrada, se está poniendo en un lugar mucho más alto del que en realidad cree que ocupa.

En tiempo de mareas bajas

Una baja autoestima, además de alimentarse de sentimientos de angustia, dolor, vergüenza y falta de ánimo, puede desencadenar en tendencias depresivas, estados cambiantes de ánimo, o por el contrario, delirios de grandeza que buscan ser el caparazón de los sentimientos reales.

Aunque en menor o mayor grado tales inseguridades y sentimientos de inferioridad son normales, evidentemente aquellas personas que por alguna razón los disfrazan de seguridad arrolladora y de un vasto amor propio, presentan un problema adicional, y es la sobredimensión de su ego.

De esta forma, no es raro que alguien con complejo de inferioridad muestre las pocas aptitudes para manejarlo, haciendo un movimiento de compensación hacia lo opuesto, o lo que algunos llaman ‘delirio de grandeza’.

Aun así, esta postura, más allá de generar soluciones, es una desviación del problema real. Y lo que generalmente oculta, es un deseo de mantener a raya a las demás, pues a quienes la padecen les interesa más no estar expuestos a la derrota que buscar un camino al éxito.

¿Inferioridad o superioridad?

Aunque son diferentes, la realidad es que estos dos complejos comparten una misma causa: el rechazo (en mayor o menor grado) por uno mismo. Aquellos individuos que los tienen están dados a la idealización de su persona, tratando desesperadamente de ser alguien diferente.  

Pero si vamos a las características ostentadas por aquellos que se creen más que los demás, encontraremos que están un poco llevados por la idea de acaparar la atención a toda costa, seguramente como consecuencia de lo poco que recibieron en sus entornos familiares.

Y como en el fondo son personas inseguras, aquellos con ínfulas de realeza buscarán refugiarse en actividades donde tengan alguna ventaja para demostrar qué tan buenos son.

Sin embargo, ninguna de las dos condiciones puede considerarse trastornos de la personalidad, pero sí es oportuno asistir a terapia para poder ir al fondo de los acontecimientos y atacar desde allí al desequilibrio en la autoestima y la imagen que se tiene de sí mismo. Además, fácilmente este delirio de superioridad puede ser señal de un trastorno mucho más acentuado como lo es el narcisismo, una tendencia de la que también hace parte la megalomanía. Caracterizadas las dos por constantes delirios de grandeza, creerse los más bellos o mejores y ansias de ser el centro de atención a toda hora.

Así mismo, estas personas buscan no perder el control de las situaciones porque sienten un miedo terrible de que esto pase. Saben que no están a gusto consigo mismas, pero revelarlo ante los demás no es un plan que les llame mucho la atención.

Los rasgos detrás del delirio

Desde la forma de mirar, comportarse y tratar a los demás, están latentes las características de quienes ‘levitan’ en vez de caminar. Lo primero que entendemos de sus ademanes displicentes es que sus sentimientos de inferioridad se los tiran de rebote a los demás, viéndolos a todos como si fueran unos ‘bichos’ de laboratorio.

Suelen ser arrogantes, vanidosos y excesivamente preocupados por el ‘qué dirán’; poseen una opinión sobredimensionada de sí mismos e incluso algunos visten de forma extravagante con el fin de llamar la atención.

Es normal que sean un poco retraídos socialmente, pues a nadie le cae bien entablar una conversación con alguien que se considere mejor dotado que el resto de la humanidad. Además, suelen ser compañeros muy exigentes y difíciles de complacer. Eso sin contar con que caen fácilmente en la tendencia de criticarlo todo.

También son bastante apasionados con sus emociones y les es fácil reventar en cólera por cualquier nimiedad. No obstante, el entusiasmo desmedido también es propio de su comportamiento. Las personas con delirio de grandeza suelen compartir comportamientos como carcajearse constantemente en público y convertir cualquier conversación en la oportunidad perfecta para hablar de sí mismos.

Y es cierto que aunque algunas personas con talentos especiales pueden presentar este tipo de complejo, por lo general se trata de un libreto bien creado y apoyado en ideas exageradas de los propios puntos fuertes, para, como ya dijimos, ocultar esa inseguridad que sienten ante sus propias capacidades.

Lo cierto es que aunque para el entorno sean seres humanos molestos, las verdaderas consecuencias de mostrar esos comportamientos son endosadas a ellos mismos, pues aunque exista alguien que los aguante y quiera ayudarlos, es difícil que acepten que tienen un problema.

Muy seguramente piensan que todo el mundo les tiene envidia y que ese es el motivo primordial para quererlos confundir. Así pues, los expertos en sicología aconsejan mejor no tocarles el tema directamente y mostrar mucho tacto y diplomacia, si la decisión es intentar bajarlos de la nube.

Resumiendo, podría decirse que buena parte de las personas que se creen superiores, realmente han dejado mal resuelto algún sentimiento de inferioridad originado en su infancia o en su adolescencia, y para ocultarlo maximizan ciertos rasgos de ellos que consideran  importantes. Por eso es normal que las actitudes arrogantes los acompañen.

No se deje confundir, todo aquel que necesite exhibir con cualquier tipo de alardes su superioridad, trae por sombra una maraña de inseguridades. Aunque no precisamente todos los prepotentes o ‘creídos’ padezcan este complejo, sí se puede decir que su personalidad sufre algún tipo de distorsión.

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