Sábado 5 de Octubre de 2024

ESCUELA DE PADRES

26 de agosto de 2017

Desafíos de la paternidad en el siglo 21

Hoy en día, ser padres de un adolescente se ha convertido en una aventura. Poner límites sin asfixiar, comunicarse y ayudarlos a encontrarse

Ser padres es una vocación, es entregarse a una verdadera aventura en donde cada día conocemos y descubrimos el misterio de la vida y de nuestra construcción permanente como seres humanos. Recibimos a nuestros hijos en un mundo que funciona con toda una serie de normas que regulan nuestras conductas y emociones. El ser humano, librado a su naturaleza, es bastante destructivo. Consigo mismo, con los demás, con su entorno. Por eso hemos construido ese “mundo legal”, ese “contrato social” que nos protege de los otros… ¡y de nosotros mismos!

La crianza es un equilibro permanente entre dar amor, cuidados, ternura y normas. Esos son los nutrientes fundamentales para el buen desarrollo psicoemocional de los hijos, es lo que va ordenando ese psiquismo en construcción. Con mucha paciencia, logros y frustraciones –nuestros y de ellos– el niño entra en un mundo con reglas para el cual nosotros somos el modelo de esa adaptación. Porque no se trata solo trasmitir normas, sino también de ser ejemplo, de estar atravesados nosotros mismos por ese mundo normativo. Pero tenemos que ser prudentes. Un exceso de normas, de exigencia, generan muchas veces procesos sobreadaptativos, normopatías que terminan anulando la capacidad de pensar, de ser sanamente rebeldes o, simplemente, bloqueo de la creatividad.

Crecimiento y duelo

“No sé qué hacer con mi hijo, licenciado. Todo es ‘no’, enojo, no sé qué hacer. Hasta ayer nomás era un nene, hoy es un adolescente que se encierra y ni nos registra”. Y bueno, señores: ya tenemos una persona que va dejando de ser niño y emprende un viaje hacia lo que va a terminar siendo la vida adulta. Y eso duele. Sí, hay un duelo que los adultos tenemos que hacer por esos niños que se van. El problema es que ya a los catorce, quince años, se creen ser adultos y nos enfrentan. Hasta hace seis meses éramos padres re piolas, pero ahora resulta que somos unos plomos “que no entendemos nada… de casi nada”. Esos adolescentes, ahora, empiezan a no dejarnos entrar tanto en sus cosas, en su intimidad, quieren sus espacios propios; empiezan a pensar cada vez más por sí mismos. Comienza, de a poco, a instalarse la autonomía, lo privado, lo público.

El adolescente va construyendo su identidad, va recortando su personalidad, diferenciándose de nosotros, y se va arrimando hacia sus pares generacionales. Luego, cuando ya se sienten ellos mismos, vuelven, y los enconos pasan. Pero es constitutiva esa lucha por ser diferentes. La gran tarea nuestra es decirles: “sí, todo lindo, pero aún precisas nuestra guía y que nosotros regulemos tu entrada al mundo”.

Desde la memoria

Un ejercicio que yo siempre recomiendo a los padres, es que recuerden lo que fue su propia adolescencia; la metamorfosis física y psíquica que impone la pubertad, el conocimiento del amor, de los enamoramientos adolescentes, de la sexualidad, es de las experiencias más lindas e intensas de la vida. Pero también es muy angustiante y desorganizante: todo es fantasía y proyección a realizar, todo nuevo, y hay mucha expectativa; pero –lo sabemos– nada es ideal, y las frustraciones aparecen.

Arranca el secundario, y las primeras salidas, y la vida de amigos, y el trabajo que impone construir una nueva relación con el propio cuerpo, que al principio se vive con cierta extrañeza. Un detalle no menor: todo se desencadena bastante rápido. Crecer es bastante traumático, hasta que se van adaptando, y “empiezan a ser”.

Los seres humanos tenemos memoria selectiva, a veces olvidamos los procesos por los que fuimos transitando para llegar a ser quienes somos, y nos ponemos muy rígidos, o demasiado blandos con nuestros hijos. Sin duda que el peor de los caminos es confrontar, oponerse o desestimar lo que esos adolescentes van eligiendo. Muchos padres me consultan enojados con las elecciones de “parejas” de sus hijos, o de ciertas amistades o intereses y, de alguna manera, ese enojo, esa no-aprobación, se muestra, se “dice”, se pone en acto. Sus hijos lo captan y… ¡Catástrofe! Basta que un adolescente perciba que lo que él hace no es aprobado por sus padres para que eso se fortalezca y multiplique.

El camino es dejar que las cosas tomen su curso (siempre que no haya conductas de riesgo, por supuesto) y revisar los propios prejuicios que puedan llevarnos a leer mal la realidad. Y, también, recordar sistemáticamente nuestra historia. Eso no anula que con los adolescentes, muchas veces, tengamos que seguir diciendo que no a muchas cosas: restricciones, salidas, horarios y más Pero oponerse a asuntos vitales de ellos es el peor de todos los caminos.

Uno de los grandes desafíos es transformar nuestros miedos, que pueden ser lógicos y acordes a la realidad, en diálogo, en reflexiones con esos hijos que están saliendo al mundo. Si hay diálogo, si podemos generar esa confianza con nuestros hijos, si nos animamos a tocar temas centrales como las drogas, los cuidados en la sexualidad, los riesgos lógicos de la calle, y lo hacemos con tranquilidad, abriendo debates, ese joven va salir confiado, sin tantos temores, y va a estar con sus defensas altas. Provocar miedo –nuestro miedo– no genera defensas. Al contrario, obtura el buen desarrollo.

Actuar para vivir

En los adolescentes predominan las acciones sobre la reflexión y las palabras: viven en “acting”, hacen en vez de decir. Por eso hay que leer bien sus acciones, no tanto lo que dicen. Estar atentos a cambios de estado de ánimo o de aspecto físico muy repentino, a la socialización; si arman amistades, si hay cambios repentinos en eso. En la adolescencia la amistad es todo, es el nuevo lugar de pertenencia, por eso siempre es un indicador a tener presente.

Pero volviendo el tema: negociar permanentemente es lo más sabio, es el desafío. El camino de la prohibición o confrontación puede ser nocivo. Ellos miden nuestra fuerza y nuestra grandeza para negociar, y valoran y se hacen fuertes cuando ponemos frenos con altura, sin humillarlos, sin miedo, sin descalificar “su nuevo mundo” Hay que hacerlo con firmeza, pero desde el cariño y protección. Valoran y buscan límites (jamás olviden esto) porque ellos, queridos lectores, no saben aún bien qué hacer con esas energías desbordantes que los inundan.

En la adolescencia “todo es mucho”, todo se vivencia desde un lugar de exceso y desmesura. Allí lo biológico –vía explosión de la pubertad– tiene mucho que ver, y es casualmente eso lo que a veces les nubla un poco su capacidad de pensar más serenamente. Todos nuestros miedos son o pueden estar justificados. Más aún si sabemos que, en general, los adolescentes carecen de límites y de la idea del peligro.

Las drogas, la violencia, los riesgos en las redes… son parte del mundo, de su mundo, del nuestro. Puede ocurrir, deseamos que no, que nuestros hijos tengan un acceso de violencia, o consuman alguna droga o lo que sea. Pero si esos temas están instalados en los diálogos familiares, seguramente, van a contarnos lo ocurrido, y allí podemos ayudar, crear conciencia, mostrarles otras opciones. Ser sabios y muy pacientes para que ellos vayan entendiendo ciertas cosas. Pero –insisto– los combates y enfrentamientos van a estar siempre. Es preocupante cuando un adolescente es muy dócil con sus padres, es atípico en el normal desarrollo.

Por otro lado, no tenemos que traer al mundo solo buenas personas. También tenemos que nutrirlas de herramientas para que sepan defenderse y enseñarles que hay que conservar cierta capacidad de agresión para vivir en sociedad. Tener capacidad de agresión no es violencia, es saber defenderse y responder; acudir a la ley si hay que poner un límite, romper con una situación o persona. Para todo eso se precisa un poco de agresividad: para hacerse respetar, a veces, hay que mostrar un poco los dientes, como lo hacen los animales. No olvidemos que de allí venimos.

Ser padres es una tarea en donde la dimensión del trabajo también existe, pero da sus frutos. Las claves para que se construya una vida interesante son muchas. Pero sin duda proyectarse mucho en los hijos, buscar la realización de nuestras frustraciones históricas en ellos, es el peor de los caminos. Los hijos tienen que encontrar sus pasiones, sus deseos, su vocación. Y para eso, solo debemos estar atentos a estimular y a acompañar, no imponer. Eso, si no presionamos, y si hemos estimulado lo necesario, viene solo, y es variada la edad en donde una persona encuentra su rumbo, su sentido de la vida, sus proyectos. No tiene por qué ser al terminar el secundario.

Con estas pocas herramientas y pensando mucho en la complejidad de ese período de la vida, vamos a poder disfrutar de nuestros hijos en esa etapa, que tiene decenas de cosas lindas, y que nosotros tenemos que descubrir para construir nuevas formas para relacionarnos.

Las 3 palabras que resumen la vocación a ser padres

Vocación-  Misión -sabiduría

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