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DESARROLLO SOCIAL
15 de mayo de 2018
Soñar es a veces la cosa más realista que podemos hacer. ¿O hay todavía algo que podríamos hacer, como la protesta pública, o algo más?
En su libro sobre la profecía, Commandments for the Long Haul (“Mandamientos para el trayecto largo”), Daniel Berrigan ofrece este consejo. Los gestos proféticos no siempre son políticamente efectivos. Con frecuencia no llevan a nada que sea práctico; pero añade: Si no puedes salvar el mundo, al menos sí puedes salvar tu propia salud mental.
A veces eso es todo lo que nuestras protestas contra la injusticia pueden llevar a cabo. Además, luchar para salvar nuestro propio equilibrio mental no es tan privatizado como aparece al principio. Cuando protestamos sobre algo que no está bien, aun cuando sepamos que nuestra protesta no va a cambiar prácticamente nada, la salud mental que estamos salvando no es sólo la nuestra propia: estamos también salvando la salud mental del momento.
Opinando sobre el actual activismo en las fuentes de los derechos humanos y el medio ambiente de la novelista ganadora del Premio Booker, Arundhati Roy, el crítico de arte John Berger dice esto: “La intensa protesta política es una apelación a una justicia que está ausente y es acompañada por una esperanza de que en el futuro esta justicia será establecida; esta esperanza, sin embargo, no es la primera razón de que se haga la protesta. Uno protesta porque no protestar sería demasiado humillante, demasiado degradante, demasiado mortal. Uno protesta (al construir una barricada, tomar las armas, seguir una huelga de hambre, coger del brazo, gritar, escribir) con el fin de salvar el momento presente, cualquier cosa que depare el futuro. … Una protesta no es principalmente un sacrificio hecho para alguna alternativa, el futuro más justo; es una redención sin importancia del presente”. En esencia, preserva algo de salud mental en el momento presente.
Pero puede ser sin importancia en términos de cambiar prácticamente algo. Casi todas las cosas permanecen igual. La injusticia continúa, los pobres continúan siendo pobres, la escena internacional continúa amenazando con la guerra, los racistas continúan siéndolo, el medio ambiente continúa siendo deteriorado, la corrupción continúa yendo desenfrenada y la falta de honradez continúa logrando lo que quiere con sus mentiras. Y así la gente se apunta a marchas, va a prisión, se da a huelga de hambre y, a veces, incluso muere por protestar, mientras la injusticia, la corrupción y la falta de honradez continúan. En cierto punto, lógica e inevitablemente, necesitamos hacernos la pregunta que el joven Mario, en Les Miserables, de Jean Val Jean, hace después de que su amigo ha muerto mientras protestaba, y nada ha cambiado aparentemente: ¿Para qué fue tu sacrificio? ¿Valía la pena morir por esto?
Esas preguntas son válidas, pero pueden tener una respuesta positiva. Ellos no murieron en vano, por nada, por un idealismo utópico, por un sueño ingenuo, por algo que habría sobre-crecido si hubieran vivido más tiempo. Más bien su muerte fue “una redención sin importancia” del momento presente; o sea, su efectividad práctica tal vez no se pueda medir, pero la semilla moral que siembra en ese momento ayudará por fin a producir cosas que sean medibles. Ninguna de las mujeres que protestaron inicialmente a favor del voto logró votar. Pero hoy muchas mujeres sí logran votar. La semilla moral que ellas plantaron en sus inconsecuentes protestas produjo por fin algo práctico.
A veces podríais sentiros bastante solos al realizar vuestra protesta, y ello podría parecer que estáis trabajando sólo por salvar vuestra propia salud mental y lamentar sólo vuestro propio empequeñecimiento y humillación. Pero nadie es una isla. Vuestro empequeñecimiento, vuestra humillación y vuestra salud mental son parte del inmune sistema de toda humanidad. La salud de todos depende en parte de vuestra salud; como también vuestra salud depende en parte de la salud de todos los demás.
Y así, la protesta es siempre en orden y ciertamente es mandada por nuestra fe. No podemos quedar pasivos ante la injusticia, la desigualdad, el racismo, la indiferencia para con los pobres, la indiferencia para con la Madre Naturaleza, la corrupción y la falta de honradez. Necesitamos sembrar semillas morales en el momento presente. ¿Cómo?
No todos nosotros (quizás incluso la mayoría de nosotros) son llamados a agarrar carteles, hacer pública protesta, tenernos retenidos, o entregar nuestras vidas por una causa; excepto cuando la injusticia o corrupción es tan extrema como para merecer eso. Normalmente, para la mayoría de nosotros, nuestra protesta debe ser real pero no el testimonio de los mártires.
Me gusta mucho un consejo propuesto por el arzobispo Paul-André Durocher, de Gatineau (Quebec), en un reciente número de la revista America. Comentando las tensiones que existen hoy entre nuestra fe cristiana y los complejos desafíos que nos vienen del mundo, Durocher, después de reconocer primeramente que no hay respuestas fáciles, ofrece este consejo: “El primer paso es reconocerlas (las tensiones). El segundo, entender por qué surgen. El tercer, aceptarlas e incluso abrazarlas. Y cuarto, comprometernos a vivir una fe cristiana madura a pesar de esas tensiones”. (America, 30 de Abril, 2018).
Ante todo lo que está sucediendo en nuestro mundo, algo de lo cual va en contra de todo lo que creemos y guardamos en el corazón, a veces todo lo que podemos hacer es mantener nuestra propia base moral, de manera humilde, profética y quizás callada.
Y como eso es todo lo que podemos hacer, ciertamente basta.
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